Fernanda trataba de entender el malestar constante que sentía desde que Miguel había muerto, no podría pensar en otra cosa que no fuera el constante mareo que sentía cada vez que alguien abría o tomaba una copa de vino tinto, por lo que evitaba a toda costa entrar a la área de vinos de cualquier centro comercial.
Ella no entendía porqué tenía esta reacción, simplemente se impedía sentirla lo más que podía y trataba de que su inconsciente no se dejará llevar por ese malestar, pero eso era inevitable.
Hasta que un día despertó y de la nada fue por la última botella de vino que Miguel había comprado y que seguía ahí en la alacena, era algo raro que ella quisiera tomar vino tan temprano de mañana, pero no interrumpió su sentir; y fue abrió la botella, saco una copa de vino y se dispuso a tomarla en el baño mientras abría la regadera y se metía a bañar.
Hasta que no estuvo adentro de la misma se percato que había hecho lo mismo que Miguel hacia cada vez que sentía que algo bueno iba a pasar; en ese momento una lágrima corrió por su mejilla y grito a todo lo que pudo: “perdonáme Miguel por no entender que lo mejor de la vida son los pequeños momentos“.