Ella no entendía porqué tenía esta reacción, simplemente se impedía sentirla lo más que podía y trataba de que su inconsciente no se dejará llevar por ese malestar, pero eso era inevitable.
Hasta que un día despertó y de la nada fue por la última botella de vino que Miguel había comprado y que seguía ahí en la alacena, era algo raro que ella quisiera tomar vino tan temprano de mañana, pero no interrumpió su sentir; y fue abrió la botella, saco una copa de vino y se dispuso a tomarla en el baño mientras abría la regadera y se metía a bañar.
Hasta que no estuvo adentro de la misma se percato que había hecho lo mismo que Miguel hacia cada vez que sentía que algo bueno iba a pasar; en ese momento una lágrima corrió por su mejilla y grito a todo lo que pudo: “perdonáme Miguel por no entender que lo mejor de la vida son los pequeños momentos“.
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